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lunes, 10 de agosto de 2015

LA CULTURA GÓTICA (Parte 1)

“Ser natural es simplemente una pose, la pose más irritante que conozco” Oscar Wilde.


La escena gótica europea es una cultura estética de tintes expresionistas. La tendencia como tal se sustenta en lo oscuro, lo siniestro y lo bizarro, aglutinando así diferentes modos de ver el mundo guiados por un espíritu reflexivo, sensible y reaccionario. 



Siguiendo la línea histórica, el ocultismo de la edad media, el romanticismo del siglo XVIII, la represión de la época victoriana, el cine expresionista alemán,  la literatura de terror moderno, y la ola del post-punk de los años 80s; el gótico, entendido como escapismo alternativo del orden normal, siempre ha estado en esa avidez de evasión y en el afán de abolir la realidad a través del disfraz. 



Una escena poco convencional que integra el carácter del dandi, el ideal del vampiro, la estética del monstruo, la vestimenta del glam rock, entre otros. (Baddeley, 2007). 



Confabulados en un mismo espacio fúnebre aunque ideológicamente discreto, sus elementos estéticos son diversos e impactantes. Muchos  se delinean los ojos de negro, se pintan las uñas de negro, usan accesorios, llevan borregos, corsés de cuero o vinilo, vestuario victoriano, y algunos hombres usan pantalones de cuero o capas negras de la edad media; aunque no son formas exclusivas.



Podemos concebir entonces a un conjunto complejo de manifestaciones –históricas, poéticas, místicas y estéticas- que confluyen formando una cultura (subcultura para muchos) definida con un halo de misterio interesada en evocar el “lado oscuro”, no visible y censurado del hombre, desde la óptica que entiende al hombre como un ser melancólico y amante de la soledad, en una sociedad moderna.



En su afán de absoluto, se invoca la dicotomía de lo existente, el contraste entre lo oculto y lo visible (luz y oscuridad). Por eso apela a diferentes momentos de la literatura en los que se manifiesta una ruptura cuando los temas se desfasan del orden normal inclinándose más hacia lo fantástico y perverso. 



En esa sed de ubicuidad, aparecen símbolos que integran prototipos de identificación y de culto; personajes que mediante la locura, el romance desgarrado y el fino alborotar de las palabras, pretendían alcanzar ese absoluto, sin importar los medios. En Francia el decadente Charles Baudelaire como reaccionario simbolista, atraído por el mundo de las prostitutas y los vampiros, seguido por los otros románticos revolucionarios como Arthur Rimbaud y Paul Verlaine. El inglés Lord Byron. El bizarro Edgar Allan Poe. Todos con un fin común que era el de ahondar en los laberintos más oscuros de la naturaleza humana basándose en un retorno a la edad media y/o priorizando la fantasía como una forma de enfrentar el racionalismo ilustrado de la época. 


Es entonces que ese espíritu romántico potencializaría el origen de lo que se conoce hoy como novela gótica. Siguiendo esa línea opositora de formas establecidas, nacen, groseramente, novelas que rescatarían temas de la edad media, otras lo monstruoso, y otras lo macabro y lo perverso como son Frankenstein de Mary Shelley, la obra El castillo de Otranto de Horace Walpole (considerada como la primera novela gótica de la historia) y, por supuesto, Drácula de Bram Stoker. Disfrutar de lo monstruoso sigue siendo algo así como un misterio, un misterio que preocupaba a los críticos de las primeras novelas góticas. (Baddeley, 2007, p. 18).

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