Como una ficha de ajedrez, si no creo me
destruyo. Como una sabiduría hueca, si no doy, me quito, como una piedra en el
zapato, si no incomodo, doy mil pasos, como una expresión de amor incondicional,
si no odio, desaparezco. Soy humano, la humanidad que me atraviesa como un
nardo me hace fuerte y me vulnera. La esquizofrenia del espíritu, me recuerda
lo bello que son las escaleras que conducen al mundo interno.
Así qué busco, busco y buceo en los
horizontes maquiavélicos, en los asfaltos, en las estrellas terrestres, en los
cuernos de los unicornios, y no encuentro más que polvo. Me quedo en una
especie de limbo jugando a ser poeta, mientras que afuera la vida se divierte
con las faldas de las muchachas bonitas, y yo espero, espero, espero, espero a
que sea mi turno sabiendo, que mi turno, no es más que un invento. Un muro
creado por los orfebres de mi imaginación por seguridad, para que nadie
desautorizado entre o salga de mi reino.
Trabajo como un loco, para hacer del arte,
algo digno, si afuera todo parece escabroso, en las páginas plancho las camisas
de los minotauros del silencio, para que literatura equivalga, no solo a
palabras escritas sin mucha trascendencia. Sino que también, den al canto espiritual de
los helechos, la oportunidad de que nuevos colores crezcan.
Yo soy el corazón del infierno, dónde bajo
mis bujías por donde atraviesan fluidos, nace el alma de la pirotecnia. Yo soy
la brújula de los esqueletos desorientados, ese océano negro que pare nuevos y
nuevas mares. Si no creo me destruyo. Altazor, Poseidón Zeus, y otros dioses
se elevan mientras yo me hundo a conocer lo que habita debajo de los
manantiales romanos, a escudriñar el espíritu del indígena, y habitar por un
tiempo, como antropólogo obsesionado, las fibras más sensibles del pordiosero.