Suena el espasmo, el viento, la lluvia que
viene, yo, me quedo tenso, quieto, como esperando la disolución del universo,
pero nada me calma, la calma, es la mayor tensión que puede existir en el
cuerpo. El cuerpo se eriza, las ansias se acrecientan, hay algo que va a suceder, algo que me va a asustar, algo que
va a acabar con la inercia de la energía instrospectiva y me va a sacar de la pobreza
de mi espíritu.
La ansiedad es carne fresca esperando a ser
servida en la mesa del dormitorio de los sueños románticos. La ansiedad es
tristeza esperando a ser sentida, la ansiedad se escribe con palabras de esperanza
y desesperación en la almohada, en los huesos en las paredes de los baños
públicos.
La ciudad es un inmenso bar, veo luces
titilantes por todos lados, la ciudad es un lugar de perdiciones simpáticas,
aumentos de visiones oculares donde las luces se mueven como intermitencias espasmódicas, psicodélicas. Mi vida es psicodélica, es mas… yo soy la
psicodelia de las piedras de la gente de los carros, del humo, del cemento, de
los pitos, del monóxido expulsado por el trasero hediondo de los carros. La
psicodelia me acompaña, día y noche, en sueños y en vigilia. No me deja en paz
la muy intensa, la muy la muy demente, la muy esquizofrénica. porque mi paz
es psicodélica. De hecho la mayor de todas las paces es siempre la mayor de todas las psicodelias.
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