Hoy me despido de todos mis sermones
de pan
y de azucar,
de falso misionero,
de predicador de ratas.
De banquero ratero.
Hoy me despido de las cicatrizes
que labraste en mí como un esclavo,
un esclavo
de arcilla,
erigido en altares Mesopotámicos,
de civilizaciones incluso más
antiguas
que tu.
Hoy me despido del baúl de recuerdos clásicos,
de sinfonías
parasitarias,
de Bachs, Bethobeens y Mozarts.
Hoy me despido de todos tus labios.
Porque es el inicio, de mi muerte.
La desesperación cruzó el umbral,
de
Mercurio y Hierro,
La desesperación alcanzó límites
incalculables,
inalcanzables, inestimables
La desesperación me salvo justo
cuando estaba al borde del
precipicio
y abajo una multidud de diablillos
malintencionados queriendo
tragarme,
los hijos del hambre…
Adictos a la carne depresiva,
de canon y pólvora
humana,
de destrucción y angustia
y desepción acumulada.
La desesperación me salvó
y con ella,
la aves carroñas,
y sus corbatines elegantes…
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